29.12.05

El encuentro de Dios con la Viuda

Estando hoy comiendo con María en casa de la viuda, ella nos dice que había visto a Dios. Su hija interrumpióla de inmediato, No molestes a Rabbi, o sea a mí, con tus locuras. Deja que tu madre me cuente lo que vio. En una época vi a Dios no una sino muchas veces. Y cómo era, preguntó María. Espera, todo a su tiempo. Cuando murió mi marido yo me encontré un día completamente sola en casa, con sus olivos y sus obreros. Yo venía de muy lejos, por lo que no tenía primos que se hicieran cargo, ni tampoco hijos varones. Mi hombre siendo hijo único, no tenía parientes, excepto algunos muy poco temerosos de Dios. A mi profunda tristeza debí entonces agregar los problemas de la vida de todos los días: dos bocas para comer y ningún hombre para cuidar nuestro patrimonio. Cada mañana durante el primer año no sentía el cuerpo al despertar, ni siquiera podía ponerme de pie. Entonces decía: Dios mío, ten piedad de mí, ayúdame a ponerme de pie que debo alimentar a mi hija. Y entonces las fuerzas volvían de forma inexplicable a mi cuerpo y podía ir a buscarle el pan a mi niña. Si Rabbi, a mi ruego, Él vino por mí cada mañana durante el primer año desde la muerte de mi marido. Nos miramos con María y luego todos continuamos compartiendo el pan, pero no se dijo más.

28.12.05

Santiago y Juan, Hijos de Zebedeo

Hoy salí a pescar en el bote con Santiago y Juan, los Hijos de Zebedeo. Son más jóvenes que Andrés y Simón, y hemos conversado mucho. Están muy intrigados por mi forma de vida, por no estar con mi familia, por ir de una ciudad a otra. Les he contado que hay personas que no pueden quedarse toda la vida en lo mismo. Para algunos era necesario partir y dejar todo atrás. Les hablé de que los Profetas pagaron con su sacrificio, vivir eternamente en el corazón del pueblo de Israel. El mundo está muy triste y no sabe enfrentar las injusticias que lo afligen. Por la noche converso largas horas con María. Hoy luego de mirarla a los ojos en silencio me he dado cuenta de algo que no había advertido hasta ahora que la veo con túnica negra. Su mirada y su sonrisa es identica a la de la otra María, mi madre.

27.12.05

Niño otra vez

Hoy salí en el bote con Simón y Andrés. Todos mis pensamientos son de felicidad y fortaleza. Les recordé a mis amigos mi promesa del otro día: serían pescadores de hombres. El cambio ya está cerca, debemos contarles a todos que el futuro está en el Amor. No tiene sentido combatir a los poderosos con las armas. Es tan inútil pelear con los opresores como intentar ser su amigo, como la olla de barro que se junta al caldero de metal, tarde o temprano se hará añicos. El Reino de Dios está cerca. Al llegar a casa a escribir todo esto, me asusto por los peligrosos demonios escondidos en mi línea de pensamientos de hoy, nublados desde mi reencuentro con María. Tengo que serenarme y seguir el camino que me he prometido, ya que la bifurcación de la vida ya fue superada y no hay forma de volver atrás. Es el tipo de caminos que una vez surcados, desaparecen a nuestras espaldas: cualquier intento de retormarlos llevará irremediablemente al extravío eterno.

26.12.05

María de Magdala

Anoche estuve largas horas sin poder dormir, ¿Vendría María, finalmente, conmigo? Hace más de un año que no pongo los pies en Magdala, llegando incluso a dar largos rodeos para no pasar por la aldea. Decidí levantarme antes de la salida del sol y, sin haber dormido, ponerme en camino. La familia que me acogía estaba advertida que tal vez no me verían por la mañana. Cuando el sol estaba ya en el horizonte, llegué a la cima de la pequeña elevación que se yergue a espaldas de Magdala y que permite verla completa y pulcra, a orillas del Mar de Tiberíades. Con alas en mis pies llegué a su puerta y golpeé, algo tímidamente. ¿Quién es? me preguntó y reconocí su voz. Con el sonido creí ver una sonrisa y también percibir sus mágicos olores, su mirada curiosa y su oído atento. Creo que cerré los ojos un instante o una eternidad y el corazón quería salirse de mi cuerpo. De repente algo sucedió ya que sin verme ni abrir la puerta, María desde dentro preguntó ¿Jesús, eres tu? Si, he venido a buscarte. Pocos minutos después salió cubierta con una larga túnica negra y una pequeña alforja. Profundamente felices dejamos Magdala y aunque pudiéramos llegar al mediodía a Cafarnaúm, nos retrasamos y llegamos con las últimas luces del día. Preferí que durmiera en casa de la viuda que me alojara a mi llegada a Cafarnaúm, yo en cambio vine a casa de la suegra de Pedro.

25.12.05

Tabga

Bien temprano puse rumbo al sur, hacia Magdala, siguiendo el bello camino de la costa del Lago de Genesaret. Tomé sólo una pequeña alforja con lo necesario para escribir esta bitácora y las monedas que Jairo me diera por el trabajo en el techo de la Sinagoga. No era todavía media mañana cuando entré en Tabga y fui a la costa a saludar a sus pescadores. Encontré a unos que había visto cuando pescaba con Simón y Andrés, que saludaron e insistieron en que fuera a pescar con ellos. Sabiendo sus malas intenciones les pregunté ¿Por qué me necesitan si soy carpintero y no pescador? Es que tu traes suerte, dijeron entre risas. Esta raza mala pide un prodigio, contesté, pero no lo tendrán. Hoy por vuestra avaricia nada pescaréis. Les di la espalda y sacudí el polvo de mis pies para retomar el camino, cuando me pareció reconocer a Mateo, vecino de Cafarnaúm y le di una gran voz, preguntele si podría permanecer en la casa de alguien en Tabga. Los pescadores me advirtieron bajando la voz, Rabbi, con quien hablas es un pecador. Entretanto se acercó Mateo, recaudador de impuestos, y me dijo Sígueme. Antes de partir con él, les dije a los pescadores, No son los sanos, sino los enfermos los que necesitan de médico. Mateo me acompañó hasta una casa que me pareció muy digna, donde podría pasar la noche. Luego disculpándose por irse tan pronto y dedicándome una gran reverencia, el amable publicano se alejó. Decidí que bien valía retrasar un día mi llegada a Magdala y estuve mucho tiempo hablando con los dueños de la casa, quienes me llamaban Rabbi y me pidieron que volviera pronto.

24.12.05

Cambio de planes

Me levanté con los primeros claros del día y fui hasta el desierto. Me había prometido hablar hoy sábado con las gentes, pero reflexioné sobre las palabras de Juan cuando me dijo: antes de edificar una torre, se echa primero y bien despacio las cuentas, no suceda que, después de haber echado los cimientos, y no pudiendo concluirla, todos los que vean, comiencen a burlarse, diciendo: Ved ahí un hombre que comenzó a edificar, y no pudo terminar su obra. Y estando el sol bien alto en el desierto terminé de echar cuentas: mañana me pondré en camino hacia Magdala.

23.12.05

La Buena Semilla y la Cizaña

Hoy mientras pescaba con los hermanos, pensé en otra parábola para contarle a las gentes. El Reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo; pero al tiempo de dormir, vino cierto enemigo suyo, tal vez un antiguo pretendiente de su mujer, y sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Estando ya el trigo verde y despuntando su espiga, se descubrió también la cizaña. Vinieron los criados del agricultor y preocupados le preguntaron si quería que cortara la cizaña. El hombre les dijo que no, porque con la cizaña podrían arrancar también el joven trigo. Esperad al tiempo de cosecha, les dijo, entonces cortaremos el trigo con la cizaña, pero separaremos uno de otro en grandes haces y quemaremos con alegría la cizaña en el fuego. Este cuento es muy bueno para explicar a las gentes porqué convivimos los buenos con los malos y cómo al final todos reciben su merecido. Por cierto, aunque no sea muy práctico con las redes, Simón y Andrés dicen que cuando voy en el bote con ellos la pesca mejora notablemente.

22.12.05

El Sembrador

El Sábado hablaré a las gentes, pero debo ir preparado. Está claro que debo comenzar con parábolas y he pensado en contarles la historia del sembrador. Salió una vez cierto sembrador a sembrar. Al esparcir los granos con su mano, algunos cayeron cerca del camino y vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en pedregales, pero al haber poca tierra brotaron rápido y quedaron expuestos al sol que los quemó antes de que fueran fuertes. Otros granos cayeron donde había mucha hierba y espinas, que al nacer fueron no tuvieron sol y quedaron sofocadas. Otros, al fin, cayeron en buena tierra y dieron fruto, algunos ciento por cada grano, otros sesenta, y otros treinta. Esta parábola es una buena forma de hablar del Conocimiento y de la Verdad con ellos.

21.12.05

El Silencio de Simón y Andrés

Ayer y hoy he salido a pescar con los hermanos Simón y Andrés. Los suaves chapoteos y pequeños ruidos de los aparejos golpeando la madera me ayudaron mucho a pensar y los pescadores han aprendido a respetar este silencio. Por las noches en cambio hablamos mucho: contaron que su decisión de dejar Betsaida para casarse y trabajar en Cafarnaúm no obedeció solo a cuestiones económicas; que, como muchos, creen que hay un cambio por venir; que no se han unido nunca a los que empuñan las armas y se esconden en las montañas porque Roma siempre tendrá más armas que ellos, indefectiblemente. Esto y otras cosas me contaban y yo les aconsejaba. Les dije que había que comportarse como un Rey, pero no para tratar de dominar sobre los bienes, sino sobre las almas. Y como esta parábola no me gustara, les hice una promesa con otra, dije que ahora que sabían pescar, yo los haría pescadores de hombres. Simón y Andrés cuando no entienden algo me preguntan, pero cuando no entienden nada de nada callan, esperando comprender más adelante. Hoy callaron ambos y aunque éramos tres en la barca, estuvimos solos durante horas ante el suave sonido del Lago Genesaret.

19.12.05

El Trabajo Terminado

Hoy finalmente hemos terminado de reparar el techo de la Sinagoga. Jairo parecía radiante cuando me llamó aparte para, creía yo, pagarme lo acordado. Empezó a hablar de la cantidad de trabajo que tenía, que a mí me vendría bien trabajar con él, y así volver a Nazaret con dinero. Y me ofrecía una cantidad de cosas que yo iba rechazando lo más amablemente que podía. Finalmente pareció muy ofendido por mis negativas y me recriminó el no preocuparme por mi propio sustento. A diferencia de ayer, pareció muy molesto cuando le cité las santas escrituras. Le dije: no de solo pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca del Señor. En ese momento decidió que la conversación había terminado y sin decir palabra me pagó lo convenido para luego dar la vuelta y dejarme en medio de la calle. A paso rápido y alegre bajé hasta el lago, donde esperé a mis amigos volver de su trabajo. No hizo falta hablar demasiado del tema, simplemente me indicaron en qué lugar de su gran casa podría dormir y aquí estoy ahora escribiendo estas líneas antes de entregarme al sueño, rogándole a Dios que mañana me despierte aún más fuerte y convencido que hoy.

18.12.05

Una lluvia vivificante

Hoy por la mañana llovió y Cafarnaúm rebosaba de alegría y agradecimientos al señor, ya que el agua para vides y olivos se había hecho esperar más de la cuenta. Jairo pensó que con la lluvia no se podía trabajar en el techo de nuestra Sinagoga y así les indicó a sus obreros y también a mí. Quedando solamente yo en el lugar para dejar todo en orden, se acerca Jairo y me dice que su corazón está alegre por lo rápido y bien que avanza el trabajo. Yo le contesto lo que dijo el profeta: Por tanto Yo Juzgaré, oh casa de Israel, a cada cual según sus obras. Y agregué que para el Señor no había obras pequeñas. Estos doctores creen cosa tan importante el repetir sabiamente las escrituras, que mi cita dejó maravillado al jefe de la Sinagoga. Y eso que ni siquiera le dije que mañana ya estaría terminado el techo, y antes de lo predicho. Cuando todo estuvo listo en el templo me acerqué al lago. Por la lluvia todos habían vuelto temprano, pero también allí se deshacían en alabanzas al Supremo ya que el poco tiempo que Él les dio para pescar no impidió que llegaran con sus botes llenos de peces. Mientras ayudaba a Simón y a Andrés a ordenar su carga y sus aparejos, Simón me dijo entre risas que viniera a comer con ellos, que eso les daba suerte en la pesca. Yo le contesté suavemente que no era yo sino El que está más Alto el que les dio todos esos peces. Simón quiso reir con su hermano, pero al ver que éste lo miraba con serio semblante, dejó su sonrisa helada en el rostro. Si Señor, estos hermanos son de fiar.

17.12.05

Sábado

Ayer no continuamos el Techo de la Sinagoga. Jairo vino a buscarnos a todos bien temprano y trabajamos hasta el atardecer en su campo de olivos. Su actitud fue reprobable, abusando de mi confianza: Una cosa es trabajar para la Sinagoga y otra muy distinta para su personal beneficio. Finalmente llegamos muy tarde a casa y mi falta de disciplina impidió escribir en esta bitácora.
Hoy es Sábado, pero igualmente me levanté bien temprano para ir al desierto y reflexionar. Estos días de trabajo con Jairo tuvieron como consecuencia no solo extenuar mi cuerpo sino también apaciguar mis ideas, contagiadas por ese cansancio físico. Hoy desde la montaña volví a ver a Cafarnaúm como casitas blancas en el límite del inmenso mar azul. Organicé mis pensamientos, recé por Juan y recordé a María, para volver a la aldea sintiéndome más joven. Desde una casa me llamaron, era Simón el que cayera al agua hace unos días. Me dijo que para ellos sería un honor contar con mi presencia en su comida, así que me sumé a ellos. Mientras las mujeres nos servían, me contaron que provenían de Betsaida, que se habían casado con sendas hermanas aquí en Cafarnaúm y por eso vivían aquí. Los peces saben mejor cuando pagan menos impuestos, dije yo para que no creyeran que por ser versado en el Libro, estaba ajeno a cuestiones más terrenales. Tuve nuevamente una grata experiencia con los hermanos pescadores y me gustaría mucho que se sumaran a mi búsqueda de la verdad, aunque no les dije nada de eso.
Antes de irme Simón me invitó a que luego al terminar mi trabajo con Jairo, podría quedarme en su casa, que en realidad era de su suegra, el tiempo que el Altísimo me indicara, y su generosidad me plugo.

15.12.05

Simón y Andrés

Al atardecer me senté en la orilla del lago a ver como siempre a los pescadores volver de su trabajo. Cansado como estaba luego de trabajar todo el día en los arreglos de la Sinagoga de Cafarnaúm, tal vez quedara dormido. De repente creí escuchar a mis espaldas una voz familiar que me llamaba, y al volverme, el deslumbrante sol pareció traer la hermosa visión del profeta cuando dijo: Y miré, y he aquí que venía del norte un torbellino de viento, y una gran nube, y un fuego que se revolvía dentro, y un resplandor alrededor de ella; y en su centro, esto es, en medio del fuego, una imagen como de ámbar.
Y de repente las otrora oscuras palabras de Ezequiel, se transformaron en una sencilla y diáfana revelación, en el marco de ese maravilloso ocaso del desierto. Sumergido en esta belleza creí ver a María, pero la visión comenzó a esfumarse al escuchar nuevamente una voz que me llamaba. En la costa, dos pescadores con grandes gestos pedían que me acercara ya que al fallar en el intento de subir su barca a tierra, el oleaje puso la embarcación de costado con el riesgo de zozobra. Bajé al momento y entre los tres pudimos no sin algún esfuerzo sacar la barca del agua. En el intento uno de ellos, después supe que su nombre era Simón, dio mal pie y se hundió aparatosamente en el agua. Las risas de su hermano Andrés, rápidamente me contagiaron, terminando los tres compartiendo una afable conversación. Al despedirnos, Simón se mostró curioso por saber la causa de mi tardanza en asistirlos con la barca, ya que era imposible que no los oyera a tan poca distancia. Confiando en ellos, relaté mi visión del sol y de Ezequiel. En silencio asintieron y cordialmente pero sin más palabras nos despedimos.

14.12.05

La Viga en el techo ajeno

Hoy me desperté completamente repuesto para el trabajo en el techo de la Sinagoga. Al mediodía, mientras comía con los jóvenes obreros, dos doctores que visitaban a Jairo se detuvieron al salir del templo y opinaban sobre nuestro trabajo: Esa viga no estaba derecha, la tierra no está prolijamente dispuesta; y nombraban otros detalles invisibles para mí incluso acercando mis ojos hasta tocar con la nariz el techo. Finalmente se alejaron haciendo grandes gestos y moviendo su cabeza en forma desaprobadora. Cuando desaparecieron de nuestra vista, los obreros me miraban con una mezcla de desilusión y rencor, esperando respuestas. Entonces les dije lo que ahora escribo: No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. Cómo es que miras la viga que ha puesto tu hermano en el techo y no reparas los agujeros de tu propio terrado? O cómo vas a decir a tu hermano: Deja que te indique como colocar la viga, si tienes goteras en tu casa? Hipócrita, coloca bien al viga en tu casa, y entonces podrás opinar sobre la viga que ha colocado tu hermano. Los jóvenes asintieron y durante el día me pareció que prestaban más atención a mis indicaciones en el trabajo.

13.12.05

El Dolor de Espalda

Hoy fui temprano a la Sinagoga, donde me esperaba Jairo con algunos de sus obreros. La reparación no era tal, sino más bien construir desde el principio uno de los costados del techo del templo. Comenzamos inmediatamente, y dado que el único con alguna experiencia era yo, debí hacerme cargo de la obra. Por la tarde, uno de los obreros de Jairo, buenos pero inexperimentados jóvenes, cogió en forma descuidada una de las vigas de gruesa madera que cargaba conmigo. Como no podía ser de otra manera se le soltó de las manos, y el esfuerzo que debí hacer para evitar males mayores, me lastimó la espalda, que un rato más tarde empezó a doler de verdad. Así que ahora iré rápido a descansar, que tengo muy mal cuerpo. Si Él así lo quiere, no será nada que un sueño reparador no consiga remediar.

12.12.05

Jairo y el Techo de la Sinagoga

Hoy por la mañana subí a reparar el techado de la viuda. Poco podía hacer sin herramientas pero al menos un gran hueco que había, quedó tapado con barro y resistirá algunas lluvias. Sin embargo, Él que todo lo ve trajo hasta la puerta de la casa a uno que me pidió que bajase. Con las manos llenas de barro bajo a saludarlo y me dice, ¿Puedes reparar un techo de madera? a lo que contesto; Soy carpintero, pero no tengo herramientas aquí. No importa, mañana ve a la Sinagoga y si tus manos son buenas tendrás allí trabajo para una semana. Cuando le agradecía interrumpió, Y vivirás con mis obreros, que aunque no dudo de tu honestidad no está bien que vivas tanto tiempo en casa de la viuda. Y sin esperar mayor agradecimiento se marchó. La hija de la mujer, que había estado escuchando detrás de la muerte me dijo; Es Jairo, uno de los jefes de la sinagoga. Y entró corriendo a la casa, qué raras que son las niñas. Como gusto hacer por la tarde, fui a ver a los pescadores volver de su faena y antes que cayera el sol estaba en la morada que me acoge. Acabamos recién de compartir el pan y hablamos del trabajo que tengo y las mujeres me dijeron que este Jairo era algo severo pero buena persona y se alegraron por mí.

11.12.05

Kefar Nahum

Hoy me puse de pie temprano para ir al Desierto. Largo tiempo me quedé sobre una pequeña loma desde donde de un solo golpe de vista podía abarcar todo Cafarnaum. Vi la aldea como una larga fila de casitas blancas a orillas del enorme Lago de Genesaret, el gran Mar de Tiberíades; y bastante por cima de la línea de las edificaciones, la Sinagoga. Entran y salen cada tanto algunos comerciantes por el camino del Jordán, hacia Damasco. La mayoría sigue luego camino al sur, hacia Tiberíades tal vez. El cielo estaba diáfano, por lo que pude divisar tierra en la costa de enfrente y otra aldea, que creo que es Betsaida. Horas estuve perdido en mis reflexiones, con la mirada perdida en los pequeños puntos blancos, que así se me figuran los barcos de los pescadores en el mar, desde donde yo estaba. Pero por la tarde comenzó a soplar un frío viento por lo que decidí volver. Mañana encontraré algún trabajo además de ayudar a la viuda, que no es bueno, ni siquiera para mí, estar ocioso.

10.12.05

Pensando en Juan

Hoy luego de ayudar a la mujer que me acoge, me dirigí al desierto. En mi mente solo aparecía un nombre: Juan, y su absurdo arresto a manos de Herodes. Tiempo atrás, apenas me llegó noticia de que estaba anunciando la venida del Mesías, lo busqué durante días hasta encontrarlo a orillas del Jordán, cerca de en un lugar llamado Ennon. Oí su palabra, que rezumaba fuego. Raza de Víboras, dejaos de decir que sois el pueblo elegido, porque yo os digo que Dios puede hacer crecer elegidos de debajo de estas piedras. Y todo árbol que no produce buen fruto será cortado y echado al fuego. Todo eso escuché de Juan y él ahora es preso de sus perseguidores. Pero así es como se deben usar las palabras y no de otra manera. Este pueblo es muy obstinado, cualquier cambio lo atormenta. Sí, Juan sí que sabía hablar y estaba muy seguro de su cometido. Tengo que encontrar esa seguridad. Pensando en éstas y otras cosas es que volví a la morada que me acogía como huésped, no sin antes detenerme a observar la vuelta a casa de los pescadores.

9.12.05

En casa de la Viuda

Hoy al alba la mujer me despertó, compartió su pan y me indicó los trabajos que faltaban en la casa. Así, trabajé hasta el mediodía en su pequeño huerto, donde había muchas hierbas malas que cubrían el pobre cultivo. Estando el sol bien alto, comí con ellas y a duras penas pude contener las lágrimas cuando contaron que sabían que Juan el Bautista fue preso con excusas ridículas y que su vida corría peligro en las manos de alguien tan inestable como Herodes. Luego les relaté mis últimas andanzas, y con mis palabras sendas mujeres sonreían y todos olvidábamos un poco el dolor. Incluso me llamaron Maestro y quedé sorprendido ya que era la primera vez que escuché esa forma de dirigirse a mí. Al atardecer, me quedé largo rato mirando como terminaban sus tareas los pescadores del lago Genesaret y volví a la casa. Después de escribir estas líneas, rezaré mis plegarias y descansaré.

8.12.05

La prisión de Juan el Bautista

Apenas entré hoy en Cafarnaúm saludé a un anciano que, sentado a la vera del camino, no quitaba sus ojos de encima de mí. Me dijo, Si vienes del desierto no sabes la nueva. Si no me la dices nunca sabré si lo sé, dije permitiéndome jugar con las palabras, ya que mi espíritu estaba muy alegre. Han apresado a Juan, y al ver que yo dudaba sentenció; Juan, el que bautiza. Apenas si escuché algunos negros detalles. En un suspiro volví al desierto donde, tirándome al suelo pedregoso, lloré y me arrepentí de no haber estado al lado de Juan, todas mis ideas y proyectos se desvanecían. No sé cuánto tiempo golpeé mis puños contra el suelo hasta que pasó una viuda con su hija. Sin preguntar nada, sin siquiera hablarme, ayudaron a que me pusiera de pie. Llevándome a su casa me lavaron, compartieron sus alimentos y me indicaron donde podría dormir. Yéndose las dos, que vivían solas, volví a llorar y no podía dormir. Prometí solemnemente no cejar en mi empeño de servir a El que es más grande que yo, si es necesario con mi vida. Incorporándome y para que mis ruegos y promesas queden grabadas es entonces que comienzo a escribir esta bitácora del Hijo del Carpintero. La luz es trémula, pero mi pulso firme.