La Bitácora del Carpintero
29.12.05
28.12.05
Santiago y Juan, Hijos de Zebedeo
Hoy salí a pescar en el bote con Santiago y Juan, los Hijos de Zebedeo. Son más jóvenes que Andrés y Simón, y hemos conversado mucho. Están muy intrigados por mi forma de vida, por no estar con mi familia, por ir de una ciudad a otra. Les he contado que hay personas que no pueden quedarse toda la vida en lo mismo. Para algunos era necesario partir y dejar todo atrás. Les hablé de que los Profetas pagaron con su sacrificio, vivir eternamente en el corazón del pueblo de Israel. El mundo está muy triste y no sabe enfrentar las injusticias que lo afligen. Por la noche converso largas horas con María. Hoy luego de mirarla a los ojos en silencio me he dado cuenta de algo que no había advertido hasta ahora que la veo con túnica negra. Su mirada y su sonrisa es identica a la de la otra María, mi madre.27.12.05
Niño otra vez
Hoy salí en el bote con Simón y Andrés. Todos mis pensamientos son de felicidad y fortaleza. Les recordé a mis amigos mi promesa del otro día: serían pescadores de hombres. El cambio ya está cerca, debemos contarles a todos que el futuro está en el Amor. No tiene sentido combatir a los poderosos con las armas. Es tan inútil pelear con los opresores como intentar ser su amigo, como la olla de barro que se junta al caldero de metal, tarde o temprano se hará añicos. El Reino de Dios está cerca. Al llegar a casa a escribir todo esto, me asusto por los peligrosos demonios escondidos en mi línea de pensamientos de hoy, nublados desde mi reencuentro con María. Tengo que serenarme y seguir el camino que me he prometido, ya que la bifurcación de la vida ya fue superada y no hay forma de volver atrás. Es el tipo de caminos que una vez surcados, desaparecen a nuestras espaldas: cualquier intento de retormarlos llevará irremediablemente al extravío eterno.26.12.05
María de Magdala
Anoche estuve largas horas sin poder dormir, ¿Vendría María, finalmente, conmigo? Hace más de un año que no pongo los pies en Magdala, llegando incluso a dar largos rodeos para no pasar por la aldea. Decidí levantarme antes de la salida del sol y, sin haber dormido, ponerme en camino. La familia que me acogía estaba advertida que tal vez no me verían por la mañana. Cuando el sol estaba ya en el horizonte, llegué a la cima de la pequeña elevación que se yergue a espaldas de Magdala y que permite verla completa y pulcra, a orillas del Mar de Tiberíades. Con alas en mis pies llegué a su puerta y golpeé, algo tímidamente. ¿Quién es? me preguntó y reconocí su voz. Con el sonido creí ver una sonrisa y también percibir sus mágicos olores, su mirada curiosa y su oído atento. Creo que cerré los ojos un instante o una eternidad y el corazón quería salirse de mi cuerpo. De repente algo sucedió ya que sin verme ni abrir la puerta, María desde dentro preguntó ¿Jesús, eres tu? Si, he venido a buscarte. Pocos minutos después salió cubierta con una larga túnica negra y una pequeña alforja. Profundamente felices dejamos Magdala y aunque pudiéramos llegar al mediodía a Cafarnaúm, nos retrasamos y llegamos con las últimas luces del día. Preferí que durmiera en casa de la viuda que me alojara a mi llegada a Cafarnaúm, yo en cambio vine a casa de la suegra de Pedro.25.12.05
Tabga
Bien temprano puse rumbo al sur, hacia Magdala, siguiendo el bello camino de la costa del Lago de Genesaret. Tomé sólo una pequeña alforja con lo necesario para escribir esta bitácora y las monedas que Jairo me diera por el trabajo en el techo de la Sinagoga. No era todavía media mañana cuando entré en Tabga y fui a la costa a saludar a sus pescadores. Encontré a unos que había visto cuando pescaba con Simón y Andrés, que saludaron e insistieron en que fuera a pescar con ellos. Sabiendo sus malas intenciones les pregunté ¿Por qué me necesitan si soy carpintero y no pescador? Es que tu traes suerte, dijeron entre risas. Esta raza mala pide un prodigio, contesté, pero no lo tendrán. Hoy por vuestra avaricia nada pescaréis. Les di la espalda y sacudí el polvo de mis pies para retomar el camino, cuando me pareció reconocer a Mateo, vecino de Cafarnaúm y le di una gran voz, preguntele si podría permanecer en la casa de alguien en Tabga. Los pescadores me advirtieron bajando la voz, Rabbi, con quien hablas es un pecador. Entretanto se acercó Mateo, recaudador de impuestos, y me dijo Sígueme. Antes de partir con él, les dije a los pescadores, No son los sanos, sino los enfermos los que necesitan de médico. Mateo me acompañó hasta una casa que me pareció muy digna, donde podría pasar la noche. Luego disculpándose por irse tan pronto y dedicándome una gran reverencia, el amable publicano se alejó. Decidí que bien valía retrasar un día mi llegada a Magdala y estuve mucho tiempo hablando con los dueños de la casa, quienes me llamaban Rabbi y me pidieron que volviera pronto.24.12.05
Cambio de planes
Me levanté con los primeros claros del día y fui hasta el desierto. Me había prometido hablar hoy sábado con las gentes, pero reflexioné sobre las palabras de Juan cuando me dijo: antes de edificar una torre, se echa primero y bien despacio las cuentas, no suceda que, después de haber echado los cimientos, y no pudiendo concluirla, todos los que vean, comiencen a burlarse, diciendo: Ved ahí un hombre que comenzó a edificar, y no pudo terminar su obra. Y estando el sol bien alto en el desierto terminé de echar cuentas: mañana me pondré en camino hacia Magdala.23.12.05
La Buena Semilla y la Cizaña
Hoy mientras pescaba con los hermanos, pensé en otra parábola para contarle a las gentes. El Reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo; pero al tiempo de dormir, vino cierto enemigo suyo, tal vez un antiguo pretendiente de su mujer, y sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Estando ya el trigo verde y despuntando su espiga, se descubrió también la cizaña. Vinieron los criados del agricultor y preocupados le preguntaron si quería que cortara la cizaña. El hombre les dijo que no, porque con la cizaña podrían arrancar también el joven trigo. Esperad al tiempo de cosecha, les dijo, entonces cortaremos el trigo con la cizaña, pero separaremos uno de otro en grandes haces y quemaremos con alegría la cizaña en el fuego. Este cuento es muy bueno para explicar a las gentes porqué convivimos los buenos con los malos y cómo al final todos reciben su merecido. Por cierto, aunque no sea muy práctico con las redes, Simón y Andrés dicen que cuando voy en el bote con ellos la pesca mejora notablemente.22.12.05
El Sembrador
El Sábado hablaré a las gentes, pero debo ir preparado. Está claro que debo comenzar con parábolas y he pensado en contarles la historia del sembrador. Salió una vez cierto sembrador a sembrar. Al esparcir los granos con su mano, algunos cayeron cerca del camino y vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en pedregales, pero al haber poca tierra brotaron rápido y quedaron expuestos al sol que los quemó antes de que fueran fuertes. Otros granos cayeron donde había mucha hierba y espinas, que al nacer fueron no tuvieron sol y quedaron sofocadas. Otros, al fin, cayeron en buena tierra y dieron fruto, algunos ciento por cada grano, otros sesenta, y otros treinta. Esta parábola es una buena forma de hablar del Conocimiento y de la Verdad con ellos.21.12.05
El Silencio de Simón y Andrés
Ayer y hoy he salido a pescar con los hermanos Simón y Andrés. Los suaves chapoteos y pequeños ruidos de los aparejos golpeando la madera me ayudaron mucho a pensar y los pescadores han aprendido a respetar este silencio. Por las noches en cambio hablamos mucho: contaron que su decisión de dejar Betsaida para casarse y trabajar en Cafarnaúm no obedeció solo a cuestiones económicas; que, como muchos, creen que hay un cambio por venir; que no se han unido nunca a los que empuñan las armas y se esconden en las montañas porque Roma siempre tendrá más armas que ellos, indefectiblemente. Esto y otras cosas me contaban y yo les aconsejaba. Les dije que había que comportarse como un Rey, pero no para tratar de dominar sobre los bienes, sino sobre las almas. Y como esta parábola no me gustara, les hice una promesa con otra, dije que ahora que sabían pescar, yo los haría pescadores de hombres. Simón y Andrés cuando no entienden algo me preguntan, pero cuando no entienden nada de nada callan, esperando comprender más adelante. Hoy callaron ambos y aunque éramos tres en la barca, estuvimos solos durante horas ante el suave sonido del Lago Genesaret.19.12.05
El Trabajo Terminado
Hoy finalmente hemos terminado de reparar el techo de la Sinagoga. Jairo parecía radiante cuando me llamó aparte para, creía yo, pagarme lo acordado. Empezó a hablar de la cantidad de trabajo que tenía, que a mí me vendría bien trabajar con él, y así volver a Nazaret con dinero. Y me ofrecía una cantidad de cosas que yo iba rechazando lo más amablemente que podía. Finalmente pareció muy ofendido por mis negativas y me recriminó el no preocuparme por mi propio sustento. A diferencia de ayer, pareció muy molesto cuando le cité las santas escrituras. Le dije: no de solo pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca del Señor. En ese momento decidió que la conversación había terminado y sin decir palabra me pagó lo convenido para luego dar la vuelta y dejarme en medio de la calle. A paso rápido y alegre bajé hasta el lago, donde esperé a mis amigos volver de su trabajo. No hizo falta hablar demasiado del tema, simplemente me indicaron en qué lugar de su gran casa podría dormir y aquí estoy ahora escribiendo estas líneas antes de entregarme al sueño, rogándole a Dios que mañana me despierte aún más fuerte y convencido que hoy.18.12.05
Una lluvia vivificante
Hoy por la mañana llovió y Cafarnaúm rebosaba de alegría y agradecimientos al señor, ya que el agua para vides y olivos se había hecho esperar más de la cuenta. Jairo pensó que con la lluvia no se podía trabajar en el techo de nuestra Sinagoga y así les indicó a sus obreros y también a mí. Quedando solamente yo en el lugar para dejar todo en orden, se acerca Jairo y me dice que su corazón está alegre por lo rápido y bien que avanza el trabajo. Yo le contesto lo que dijo el profeta: Por tanto Yo Juzgaré, oh casa de Israel, a cada cual según sus obras. Y agregué que para el Señor no había obras pequeñas. Estos doctores creen cosa tan importante el repetir sabiamente las escrituras, que mi cita dejó maravillado al jefe de la Sinagoga. Y eso que ni siquiera le dije que mañana ya estaría terminado el techo, y antes de lo predicho. Cuando todo estuvo listo en el templo me acerqué al lago. Por la lluvia todos habían vuelto temprano, pero también allí se deshacían en alabanzas al Supremo ya que el poco tiempo que Él les dio para pescar no impidió que llegaran con sus botes llenos de peces. Mientras ayudaba a Simón y a Andrés a ordenar su carga y sus aparejos, Simón me dijo entre risas que viniera a comer con ellos, que eso les daba suerte en la pesca. Yo le contesté suavemente que no era yo sino El que está más Alto el que les dio todos esos peces. Simón quiso reir con su hermano, pero al ver que éste lo miraba con serio semblante, dejó su sonrisa helada en el rostro. Si Señor, estos hermanos son de fiar.17.12.05
Sábado
Ayer no continuamos el Techo de la Sinagoga. Jairo vino a buscarnos a todos bien temprano y trabajamos hasta el atardecer en su campo de olivos. Su actitud fue reprobable, abusando de mi confianza: Una cosa es trabajar para la Sinagoga y otra muy distinta para su personal beneficio. Finalmente llegamos muy tarde a casa y mi falta de disciplina impidió escribir en esta bitácora.Hoy es Sábado, pero igualmente me levanté bien temprano para ir al desierto y reflexionar. Estos días de trabajo con Jairo tuvieron como consecuencia no solo extenuar mi cuerpo sino también apaciguar mis ideas, contagiadas por ese cansancio físico. Hoy desde la montaña volví a ver a Cafarnaúm como casitas blancas en el límite del inmenso mar azul. Organicé mis pensamientos, recé por Juan y recordé a María, para volver a la aldea sintiéndome más joven. Desde una casa me llamaron, era Simón el que cayera al agua hace unos días. Me dijo que para ellos sería un honor contar con mi presencia en su comida, así que me sumé a ellos. Mientras las mujeres nos servían, me contaron que provenían de Betsaida, que se habían casado con sendas hermanas aquí en Cafarnaúm y por eso vivían aquí. Los peces saben mejor cuando pagan menos impuestos, dije yo para que no creyeran que por ser versado en el Libro, estaba ajeno a cuestiones más terrenales. Tuve nuevamente una grata experiencia con los hermanos pescadores y me gustaría mucho que se sumaran a mi búsqueda de la verdad, aunque no les dije nada de eso.
Antes de irme Simón me invitó a que luego al terminar mi trabajo con Jairo, podría quedarme en su casa, que en realidad era de su suegra, el tiempo que el Altísimo me indicara, y su generosidad me plugo.
15.12.05
Simón y Andrés
Al atardecer me senté en la orilla del lago a ver como siempre a los pescadores volver de su trabajo. Cansado como estaba luego de trabajar todo el día en los arreglos de la Sinagoga de Cafarnaúm, tal vez quedara dormido. De repente creí escuchar a mis espaldas una voz familiar que me llamaba, y al volverme, el deslumbrante sol pareció traer la hermosa visión del profeta cuando dijo: Y miré, y he aquí que venía del norte un torbellino de viento, y una gran nube, y un fuego que se revolvía dentro, y un resplandor alrededor de ella; y en su centro, esto es, en medio del fuego, una imagen como de ámbar.Y de repente las otrora oscuras palabras de Ezequiel, se transformaron en una sencilla y diáfana revelación, en el marco de ese maravilloso ocaso del desierto. Sumergido en esta belleza creí ver a María, pero la visión comenzó a esfumarse al escuchar nuevamente una voz que me llamaba. En la costa, dos pescadores con grandes gestos pedían que me acercara ya que al fallar en el intento de subir su barca a tierra, el oleaje puso la embarcación de costado con el riesgo de zozobra. Bajé al momento y entre los tres pudimos no sin algún esfuerzo sacar la barca del agua. En el intento uno de ellos, después supe que su nombre era Simón, dio mal pie y se hundió aparatosamente en el agua. Las risas de su hermano Andrés, rápidamente me contagiaron, terminando los tres compartiendo una afable conversación. Al despedirnos, Simón se mostró curioso por saber la causa de mi tardanza en asistirlos con la barca, ya que era imposible que no los oyera a tan poca distancia. Confiando en ellos, relaté mi visión del sol y de Ezequiel. En silencio asintieron y cordialmente pero sin más palabras nos despedimos.