9.12.05

En casa de la Viuda

Hoy al alba la mujer me despertó, compartió su pan y me indicó los trabajos que faltaban en la casa. Así, trabajé hasta el mediodía en su pequeño huerto, donde había muchas hierbas malas que cubrían el pobre cultivo. Estando el sol bien alto, comí con ellas y a duras penas pude contener las lágrimas cuando contaron que sabían que Juan el Bautista fue preso con excusas ridículas y que su vida corría peligro en las manos de alguien tan inestable como Herodes. Luego les relaté mis últimas andanzas, y con mis palabras sendas mujeres sonreían y todos olvidábamos un poco el dolor. Incluso me llamaron Maestro y quedé sorprendido ya que era la primera vez que escuché esa forma de dirigirse a mí. Al atardecer, me quedé largo rato mirando como terminaban sus tareas los pescadores del lago Genesaret y volví a la casa. Después de escribir estas líneas, rezaré mis plegarias y descansaré.