9.1.06

El Discípulo de Juan

Hoy pasó por Cafarnaúm uno de los discípulos de Juan, al que conocía de cuando fui bautizado en el Jordán. El tiempo que estuve con Juan siempre sentí que sus discípulos me dedicaban celosas miradas, tal vez por las largas horas que el bautista dedicaba en sus pláticas conmigo. Pero pensaba que era más mi imaginación que otra cosa. Sin embargo hoy cuando hablaba con un nutrido grupo de pescadores, lo reconocí mientras venía por el camino y lo invité a unirse al grupo. Quería que nos contara si sabía alguna novedad sobre la prisión de Juan y me hubiera gustado mucho que transmitiera las palabras de Juan, que sería mucho del agrado de mis vecinos. Cuando el discípulo me reconoció, quedó muy sorprendido y me dedicó una mirada en la que vi claramente el odio. Dijo que estaba muy apurado, que debía llegar rápidamente a su destino, sin nombrarlo, y nosotros tampoco le preguntamos. Y siguió su camino ante los ojos de los impávidos pescadores que no comprendían su descortesía. Justifiqué al viajero diciendo que tendría que cumplir alguna importante misión relativa a la prisión de Juan, para que los signos de egoísmo de este hombre que pasó casualmente por Cafarnaúm no mancharan la diáfana imagen que gozaba Juan en el pueblo.

8.1.06

Hablando con los pescadores

Cuando volvimos hoy de pescar, llamamos a los que se quisieron acercar, que fueron en número de veinte, y conté sobre la parábola de La Buena Semilla y la Cizaña. El resultado de mis palabras me recordaron lo que Dios le dijo a mi amado Ezequiel: Yo te envío a los hijos de Israel, a esos gentiles y apóstatas que se han apartado de mí. Son hijos de rostro duro, y de corazón indomable esos a quienes Yo te envío. Y les dirás: Esto dice el Señor Dios. Así estos pescadores que me escuchaban actuaban, algunos incluso se reían, pero igual algunas semillas caen en tierra blanda, siempre. Los que escuchan no son sólo los que están cerca, sino sus familias, los caminantes y todos aquellos que sin querer acercarse vean desde la distancia a un grupo de hombres reunidos para decir y escuchar la palabra del Altísimo de una forma nueva. Ya sabemos que deben ser muchos los llamados, pero que siempre serán pocos los que vengan.

7.1.06

Contando las Parábolas

Hoy con mis discípulos fuimos llamando a todos los caminantes que disfrutaban la obra de Dios en este hermoso día sábado. Muchos vinieron y les conté la historia del Sembrador. A la gente le gustó y muchos hacían preguntas, aunque me pareció que la mayoría no tomaba muy en serio el fondo de mis palabras, hay muchos predicadores y la pobre gente le cuesta siempre distinguir los verdaderos profetas de los falsos. Cuando se fueron igual nos plugo mucho a todos lo que había sucedido y dijimos que íbamos a seguir haciéndolo.

6.1.06

Los Primeros discípulos

Hoy estuve con Simón y Andrés, con los dos de Zebedeo, y con María, la viuda y su hija conversando a orillas del mar. A estos, menos a la niña por su juventud, los considero mis discípulos, ya que no sólo respetan y creen en mi palabra, sino que gustan de pensar conmigo las soluciones a los problemas que surgen, desde los más pequeños, a los más profundos. No es casualidad igualmente que no se acerquen a escuchar nunca aquellos que han estudiado las escrituras. Su pensamiento está muy cerrado ya, se creen muy importantes con lo que saben como para ponerse a discutir sobre su veracidad. No hay forma de que entiendan de que yo solo vengo a cumplir lo escrito, palabra por palabra, o mejor aún, vengo a cumplir lo escrito en su verdadero Espíritu.

5.1.06

Judas

Cuando tuve 12 años ayudaba a mi padre con sus trabajos de carpintería. Un día nos presentó a un joven mayor que yo, que iba a trabajar con nosotros. Su nombre era Judas y provenía de Carioth en Judea. Los Sábados, cuando José no podía escucharnos, solíamos conversar mucho. Era bastante irrespetuoso con los escribas y discutía todo lo que me enseñaban en la Sinagoga. Sin embargo, gustaba definirse temeroso de un Dios que decía estaba esperando que su pueblo elegido se uniera para así poder de un solo golpe expulsar al enemigo de la tierra que en su momento. Hasta mucho tiempo no me di cuenta que José nunca tendría suficiente dinero para mantener un obrero, ni supe el verdadero origen de mi amigo Judas, pero entonces no me preocupaba por esas cosas. Mi facilidad en aprender las escrituras me llevaba rápidamente a disentir con mis maestros, pero siempre fui reprendido por el tranquilo José, que no quería saber nada con discutirle a los doctores. Este fornido joven, con su voz estentórea y sus formas bruscas me presentó un mundo nuevo por descubrir, más allá de Nazareth y del mundo que me mostraban los escribas.

4.1.06

Un viejo amigo

Hoy pasó un grupo de comerciantes que venían del sur, de Tiberíades. Se acercó a nuestro grupo y compartimos nuestro pan con ellos. Traían las noticias que el último de los grupos importantes que empuñaban sus armas contra Roma habían sido emboscados en Séforis y la mayoría muertos. ¿Cómo estaban seguros? preguntó Simón. Nos encontramos con uno de ellos, escondido entre unas rocas, herido y desfalleciendo de sed. Nos compadecimos de él y lo alimentamos y ayudamos a curarse, para luego partir, algo temerosos de que nos encontraran con él. Les pregunté si el hombre era alto y fuerte, con una gran barba negra y un cinturón de cuero blanco. Sí, ¿lo conoces? su nombre según nos dijo es Judas, y provenía de Carioth. Mis amigos quedaron sorprendidos y esperaban una explicación mía sobre ese hombre al que conocía. A mi silencio, Juan preguntó insistió y le dije que Judas era un viejo amigo del que no sabía desde hace mucho tiempo.

1.1.06

Hablando con los más queridos

En estos últimos días he hablado mucho con Simón y Andrés, con Juan y Santiago. Los cuatro amigos creen en mis palabras y han dicho que me seguirán adonde yo les diga. Juan y Santiago, querían ir a decirle inmediatamente a su padre Zebedeo que dejaban el negocio para salvar al pueblo de Israel. Entrambos son los que más me preocupan por la impulsividad propia de la juventud. Yo sé que hay que esperar un poco antes de comenzar, para que la semilla caiga en buena tierra. Mientras tanto y no sin algún disgusto, ha prevalecido su fe en mí sobre sus malos pensamientos y aceptan mi encuentro con María. Al final terminarán por respetarla a ella también.