8.12.05

La prisión de Juan el Bautista

Apenas entré hoy en Cafarnaúm saludé a un anciano que, sentado a la vera del camino, no quitaba sus ojos de encima de mí. Me dijo, Si vienes del desierto no sabes la nueva. Si no me la dices nunca sabré si lo sé, dije permitiéndome jugar con las palabras, ya que mi espíritu estaba muy alegre. Han apresado a Juan, y al ver que yo dudaba sentenció; Juan, el que bautiza. Apenas si escuché algunos negros detalles. En un suspiro volví al desierto donde, tirándome al suelo pedregoso, lloré y me arrepentí de no haber estado al lado de Juan, todas mis ideas y proyectos se desvanecían. No sé cuánto tiempo golpeé mis puños contra el suelo hasta que pasó una viuda con su hija. Sin preguntar nada, sin siquiera hablarme, ayudaron a que me pusiera de pie. Llevándome a su casa me lavaron, compartieron sus alimentos y me indicaron donde podría dormir. Yéndose las dos, que vivían solas, volví a llorar y no podía dormir. Prometí solemnemente no cejar en mi empeño de servir a El que es más grande que yo, si es necesario con mi vida. Incorporándome y para que mis ruegos y promesas queden grabadas es entonces que comienzo a escribir esta bitácora del Hijo del Carpintero. La luz es trémula, pero mi pulso firme.