17.12.05

Sábado

Ayer no continuamos el Techo de la Sinagoga. Jairo vino a buscarnos a todos bien temprano y trabajamos hasta el atardecer en su campo de olivos. Su actitud fue reprobable, abusando de mi confianza: Una cosa es trabajar para la Sinagoga y otra muy distinta para su personal beneficio. Finalmente llegamos muy tarde a casa y mi falta de disciplina impidió escribir en esta bitácora.
Hoy es Sábado, pero igualmente me levanté bien temprano para ir al desierto y reflexionar. Estos días de trabajo con Jairo tuvieron como consecuencia no solo extenuar mi cuerpo sino también apaciguar mis ideas, contagiadas por ese cansancio físico. Hoy desde la montaña volví a ver a Cafarnaúm como casitas blancas en el límite del inmenso mar azul. Organicé mis pensamientos, recé por Juan y recordé a María, para volver a la aldea sintiéndome más joven. Desde una casa me llamaron, era Simón el que cayera al agua hace unos días. Me dijo que para ellos sería un honor contar con mi presencia en su comida, así que me sumé a ellos. Mientras las mujeres nos servían, me contaron que provenían de Betsaida, que se habían casado con sendas hermanas aquí en Cafarnaúm y por eso vivían aquí. Los peces saben mejor cuando pagan menos impuestos, dije yo para que no creyeran que por ser versado en el Libro, estaba ajeno a cuestiones más terrenales. Tuve nuevamente una grata experiencia con los hermanos pescadores y me gustaría mucho que se sumaran a mi búsqueda de la verdad, aunque no les dije nada de eso.
Antes de irme Simón me invitó a que luego al terminar mi trabajo con Jairo, podría quedarme en su casa, que en realidad era de su suegra, el tiempo que el Altísimo me indicara, y su generosidad me plugo.